martes, 15 de marzo de 2011

Cada página es un día vivído.

Se siente el ruido de la calle y yo que pensaba irme a dormir.
Golpea la puerta mi vecino, cual animal perdido en la selva, me pide todo instrumento que pueda solventar su existencia. Desde una plancha, hielo, cuchillos, verduras, agujas, algodón, alcohol... y en el buen intento de prestarle mis cosas, no se si trama hacer un curso de primeros auxilios o armar un muñeco vudú.
Me agradece, me pide disculpas por las molestias, aunque en verdad no siente culpa pero lo dice por compromiso.
Su retiradada da paso a otra tarde vacía.
La vida queda microscópica mirando el exorbitante rió, perdiéndome entre páginas de mi inacabado libro. Pienso que ya no me molesta el sahumerio Malboro, ni el humo en el cabello que me ofrecen los recreos de la facultad.
Estoy sentada en la noche, aunque sea un hermoso día radiante, preguntándome el sentido de la vida.
Tengo que dejar de hacer estas cosas, me siento un jodido libro de autoayuda.
Ahora veo mi melodramático contexto: El viento que se lleva un par de hojas escritas llenas de mí, la gente caminando bañadas por el sol crepúsculo...faltaría nieve, una mujer dando de comer a las palomas y estaríamos en mi pobre angelito.
Me voy, dejando atràs la huella donde alguna vez estube sentada, cayendo en algo más patético que escuchar música lenta: escuchar música lenta, sola.

Yoha.

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