miércoles, 30 de marzo de 2011

Mujer de los siete sentidos.

No, no es una charla de almuerzo familiar, pero sin embargo estoy conversando con mamá otra vez de mis maestrías en decepción, comparando penas, dándole nombres y apellidos a la misma angustia.
Personificando sentimientos que parecían tan lejos y siguen en mi… Creo que hasta se podrían escuchar mariposas caníbales cometiendo un homicidio en mi estómago.
Mamá está cociendo y yo en la cama este diván imaginario, con sabanas rosas que simulan entender lo que digo. Pero ella lo hace mejor, mientras cose, usa su expresión característica de sospecha segura y lo adivina: El amor está en el aire baby.
¿Seré tan precisa o es el séptimo sentido materno que solo posee ella? Si, tiene siete, compuesto por esos “yo sabía” que nunca me dice, las habilidades para medir temperaturas futuras, los “vas a necesitar esto” que jamás se equivocan. Y no es ese típico sexto sentido con su capacidad de intuir, este de verdad es muy bueno.
Corta el hilo que en instantes atraviesa la aguja con una precisión a
dmirable. Me mira, con los ojos serenos, imitando la calma que antecede la tempestad. Ya conozco esta mirada también
-definitivamente pudo escuchar a las mariposas caníbales-.
Después de relatarle un informe súper extensivo y detallado sobre el amor, aparece esa última mirada cómplice, para decirme garantizarme que cuento con ella y sus siete sentidos.
Que fácil me despierta torrentes de confianza absoluta en ella y en sus centenares de miradas.
Mi mamá es la mejor, la mejor enserio.

lunes, 28 de marzo de 2011

Sus terapias de balcón.

Un paisaje de fotografía con la sombra que se desvanece de a poco cuando el sol ocupa todo el lugar.
La miro a ella un poco intranquila, con su melena castaña que irradia salud, tomando un té en el balcón, usando la calle de cenicero.
Parece que hubiera vivido siempre en ese departamento, cada elemento que hacen a la habitación podría contar su propia historia. Historias desgraciadas o alegres. Qué más da, nunca lo voy a saber.
Pero por alguna razón sale todas las noches y se pasea de lado a lado resbalando su mano con el pasamano del corredor. Vaya a saber Dios que la tiene tan preocupada, se volvió rutina esto de salir a mirar las estrellas y hacer terapia en su sillón.
Apaga la luz, prende un cigarrillo y en el ritual de su suicidio momentáneo, se saca los zapatos y aparta el humo con sus manos.
Separo la mirada de su edificio y me pongo a buscar otra ventana, otra historia que imaginar.

martes, 15 de marzo de 2011

Cada página es un día vivído.

Se siente el ruido de la calle y yo que pensaba irme a dormir.
Golpea la puerta mi vecino, cual animal perdido en la selva, me pide todo instrumento que pueda solventar su existencia. Desde una plancha, hielo, cuchillos, verduras, agujas, algodón, alcohol... y en el buen intento de prestarle mis cosas, no se si trama hacer un curso de primeros auxilios o armar un muñeco vudú.
Me agradece, me pide disculpas por las molestias, aunque en verdad no siente culpa pero lo dice por compromiso.
Su retiradada da paso a otra tarde vacía.
La vida queda microscópica mirando el exorbitante rió, perdiéndome entre páginas de mi inacabado libro. Pienso que ya no me molesta el sahumerio Malboro, ni el humo en el cabello que me ofrecen los recreos de la facultad.
Estoy sentada en la noche, aunque sea un hermoso día radiante, preguntándome el sentido de la vida.
Tengo que dejar de hacer estas cosas, me siento un jodido libro de autoayuda.
Ahora veo mi melodramático contexto: El viento que se lleva un par de hojas escritas llenas de mí, la gente caminando bañadas por el sol crepúsculo...faltaría nieve, una mujer dando de comer a las palomas y estaríamos en mi pobre angelito.
Me voy, dejando atràs la huella donde alguna vez estube sentada, cayendo en algo más patético que escuchar música lenta: escuchar música lenta, sola.

Yoha.

martes, 1 de marzo de 2011

El café de la esquina.

Me senté en el bar de la esquina. Siempre hay bares en las esquinas, como si por estar en esa ubicación las personas tuvieran mas ganas de tomar un café.
Yo en silencio, con el ruido secundario de mi pronto desayuno, confeccionándose en la cocina.
La silla que sobraba en mi mesa estaba como gritando “disponible” a toda esa gente que llegaba y me la quería arrebatar. Cinco minutos despues aparece la mujer que me la robaria. Tenía anteojos de esos que su aumento llega a ser perjudicial para la salud, un pantalón de vestir tan bien planchados que si los dejarías en el suelo quedarian parados, un pañuelo que se le resbalaba en el cuello como pidiendo libertad.
En fin, tenia el aspecto que uno se imagina que tendría una taza de té si tuviera que vestirse.
El día se hizo largo entre filosofía y las medialunas que coronaron mi desayuno.
Ahora, ya de noche, vuelvo a caer en la realidad de la mano de mi libro pendiente en lectura y esta sopa de letras que no merece llamarse “cena”

Yoha.